
Las psicosis y el goce femenino
20 de febrero de 2025
Autor: Carlos Chavez Bedregal
Presentado en la Nelcf-Bogotá el 6 de agosto de 2024
“Todavía vive, pensé en dirigirme a él en procura de algunos datos… y rogarle asentimiento para trabajar sobre su historia”. Le escribe Freud a Jung en una carta de octubre de 1910, mientras leía los Denkwürdigkeiten eines Nervenkranken o los Sucesos, hechos, pensamientos dignos de ser recordados de Daniel Paul Schreber. Sin embargo, se desanima por pensar que es demasiado atrevimiento. Paul Schreber moriría algunos meses después, a consecuencia de una insuficiencia cardíaca, en medio de la más feroz de todas las crisis que tuvo. Esta tercera crisis rompió su arreglo a partir de la metáfora delirante y lo dejó en posición de una fatal víctima de ese Otro gozador, que fuera Dios. “Inocente…” es lo último que escribiría antes de morir.
Se dice que si no fuera por Freud, el libro de Schreber y su existencia habrían pasado por desaparecidos y caído en el olvido. Jacques Lacan, quien —con importantes consecuencias clínicas— lo estudió en su Seminario 3 en el 55, en el escrito De una cuestión en el 58, y un breve texto en el 66, refirió que fue un encuentro excepcional entre el genio de Freud y un libro único. Y además que, más que ser Freud quien lo ilumina, él ilumina la pertinencia de las categorías que forjó Freud.
En la ciudad sajona de Leipzig, a orillas del río Elster Blanco, se asentaba desde hacía varias generaciones la familia Schreber. Y también en Leipzig nació Daniel Paul Schreber, el 25 de julio de 1842. El Dr. Daniel Gottlob Moritz Schreber, especialista en ortopedia y rehabilitación de afecciones de la columna vertebral, y también prolífico autor de una singular obra destinada a la educación de niños y jóvenes. Moritz Schreber había contraído matrimonio en 1838 con Louise Pauline. Tuvieron cinco hijos: Daniel Gustav (1839-1877), Anna (1840-1944), Daniel Paul (1842-1911), Sidonie (1846-1924) y Klara (1848-1917).
Se ha hablado mucho de Moritz Schreber como un padre parecido al de Kafka, que no transmitía la ley, sino que la encarnaba como tal. Una figura tiránica, trastornada y represiva. Niederland no tuvo dudas respecto a la patología de Moritz; refería que era un hombre enfermo, tenía un acento en las medidas disciplinarias coercitivas como el uso de correas, cuerdas, mentonarios y otras formas de sujeción mecánica que fueron de su propia invención. Octave Mannoni decía que él era el verdadero paranoico de la familia. Cuando Paul se refiere a los “milagros divinos” que ocurren en su cuerpo, que era atado, amarrado, asegurado y comprimido como una presa, Schatzman y Niederland no dudan en que tienen que ver con el instrumental ortopédico del padre.
Las reglas detalladas para cada comportamiento del niño durante todas las horas de su rutina diaria deben convertirse, según Moritz Schreber, en una «ley suprema», sin que se le permita al niño «ninguna desviación del procedimiento establecido», y deben ser sostenidas con amenazas de castigo inmediato en caso de no cumplimiento (por ejemplo, el retiro del almuerzo o el desayuno). Debe combatirse la mala pronunciación de palabras y sílabas, así como «los comienzos de la pasión», es decir, la masturbación. Los castigos deben realizarse desde «la más temprana edad» con absoluta severidad; sin embargo, «El doctor Schreber recuerda entonces al lector que nunca debe olvidarse, cuando el niño ha sido castigado, de obligarlo a «tender la mano al ejecutor del castigo»; esto protege al niño «contra la posibilidad del despecho y la amargura»» (Niederland 1959a, 185).
“Si los recuerdos no me engañan se le aplicaba la denominación de «máquina de comprensión de la cabeza». Los tropeles de rayos habían abierto en la tapa de mi cráneo, aproximadamente hacia la mitad, una profunda incisión o cesura, probablemente no visible desde el exterior pero sí desde el interior. Los «diablillos» se colocaban a ambos lados de la incisión y, apretando una especie de manivela de tornillo, comprimían como con una prensa mi cabeza, de modo que adquiría una forma casi piriforme, prolongada hacia arriba.” (Capítulo XI. Daños en la integridad física producidos por los milagros. Pg. 132).
Guy Briole, en su conferencia “Con Schreber: De la infancia al gran delirio místico”, siguiendo las investigaciones de Maurice Katan, ha referido: “El padre de Schreber había otorgado a su hijo mayor el privilegio de desempeñar el papel de guardián de su joven hermano. Entendemos que le había encomendado la tarea de impedir que se masturbase. El hermano mayor, abusando de ese privilegio, aborda a su hermano en el modo homosexual. La hermana que espiaba a su hermano mayor descubrió lo que había pasado entre ellos y se lo contó a su madre. En la discusión que vino a continuación, el hermano mayor opuso resistencia y dijo que se negaría a renunciar a sus excesos a menos que su hermana y su madre prometieran callarse. El padre no debía enterarse de nada. La madre temía tanto la cólera del padre que convenció a su hija mayor de no decir nada; el hermano prometió entonces no reiterar sus iniciativas homosexuales con Daniel Paul. El joven Schreber experimentó un sentimiento de indignación por lo que pronto le pareció un complot dirigido contra él. Encubierto por su madre, el hermano mayor se había librado del castigo paterno merecido. Daniel Paul se quejó a su madre y encontró una respuesta por parte de ella: que no podía estar eternamente a su lado para protegerlo contra su hermano; los demás niños también reclamaban su atención”.
Guy Briole dice que no se trata para nosotros de establecer una causalidad directa, pero eso dirige la atención a la fijación traumática en el cuerpo, que podría haber conservado el recuerdo no solamente de una fijación de goce, sino también de lo que de las palabras se inscribe en el cuerpo. Para separarnos de la cuestión de la causalidad, o establecer una línea de respuesta del delirio de Schreber al traumatismo de la infancia, se establece una matriz que se verá la imprenta de eso qué hará cuando el delirio va a surgir; encontramos todos los puntos de la matriz desplegados en función del delirio. Podemos tomar otra cosa muy interesante que Guy Briole, quien refiere que Juliette Cocek Bein, colega belga, señala que en esta familia, el prestigio se transmitía por el lenguaje de las mujeres. El papel masculino era discreto; en el caso de Pauline Schreber, madre, le quita la autoridad al padre, es ella quien decide lo que el padre no debe saber, y todo se calla. Es decir, la autoridad es ella. Si seguimos con la matriz, plantea Guy, cuando Schreber llega a un lugar de autoridad, es el momento del derrumbe.
En conversaciones en la mesa de lectura, nos preguntábamos si acaso la madre permite algo del orden del incesto, al callar el secreto de familia. No podemos rastrear aquí que la ley paterna de la cual habla Lacan en el Seminario 5 —“No te acostarás con tu madre, no reintegrarás tu producto”— no termina de operar. Curiosamente, la tercera crisis de Schreber, la que rompe con la metáfora delirante, surge meses después del fallecimiento de la madre y de un ACV de la esposa, Sabine.
Sobre el hermano, Gustav, se sabe que inicialmente estudió ciencias químicas, luego se doctoró en Filosofía, montó una fábrica para elaborar productos químicos y comercializarlos, como uno de sus cuñados; luego se hizo abogado como su hermano menor. Seguimos a José María Álvarez en ubicar ciertas identificaciones imaginarias que daban consistencia, y que pueden ocupar cambios tan variados de ocupación y lugar. En el transcurso de una carrera profesional que avanzaba, curiosamente y en similitud a lo que pasaría 16 años después con Daniel Paul, Gustav se quitó la vida de un tiro en la cabeza, inmediatamente después de recibir el nombramiento para un cargo muy importante en la judicatura y después de escribir una carta a su madre, en la que hablaba del regreso a la casa familiar a la que ya no llegó.
Por otro lado, planteó una propuesta mía a partir de lo que he escuchado en la conversación sobre cuerpo y goce con Gerardo Arenas.
Gerardo nos dice que la fantasía hipnopómpica que tuvo Schreber días después de ser nombrado Senatspräsident, y que abrirá la segunda gran crisis, está relatada en el capítulo IV: “La idea de que debía resultar muy placentero ser una mujer cuando se entrega en el coito”. Que rechaza con indignación en un primer momento. Se trata de un goce que no tiene representación, pero al mismo tiempo es un goce que puede experimentarse claramente en el cuerpo, y no es un goce fálico, ya que si fuera así, Schreber probablemente podría haber identificado de qué goce se trata. Él lo llama, lo puede representar así: “lo muy placentero ser una mujer en el momento del coito”, y eso es hacer una representación de un acontecimiento de cuerpo que había tenido esa mañana. Vemos una manera de situar un goce en el cuerpo, con carácter de real, y que está por fuera de toda representación, por fuera de lo simbólico. Arenas dice que vemos ahí una manera de situar lo que para Schreber era el goce femenino —y lo que me llama la atención— fue, en definitiva, su forma del goce de la vida mientras duró su formación sintomática.
Resulta interesante que ese acontecimiento de cuerpo fue radicalmente rechazado por Schreber, pero el momento clave se da a finales de 1984 e inicios de 1895, que es el momento donde accede a la reconciliación con ese goce; se sirve del delirio germinado en ese tiempo para aceptar a Dios y procurar el goce que éste le exige. Este punto de inflexión fue destacado tanto por Freud como por Lacan en sus escritos. Tan pronto como se produce ese cambio de posición subjetiva frente a ese goce, Schreber recobra sus antiguos hábitos: volvió a fumar, a jugar ajedrez, a tocar el piano.
El goce de la vida tiene el carácter de que no se puede decir porque está fuera de lo simbólico; es un acontecimiento de cuerpo, distinto al goce fálico y al goce sentido. Incluso la pérdida de estos incrementa ese goce de la vida que se ha perdido. Hay un efecto de alegría, de aligeramiento.
Sabemos que no hay deseo en las psicosis, pero podemos proponer, acaso, que sí goce de la vida; y en el caso de Schreber, ¿no es todo su delirio una forma de representar y darle sentido a ese goce en el cuerpo? Creo que cuando habla de voluptuosidad, y habla cada vez mejor, se refiere a eso. En uno de los últimos capítulos, cuando ya está convencido de su deseo de salir del hospital, dice: “La sensación de bienestar corporal se fundamenta en la voluptuosidad del alma, que en algunos momentos alcanza un nivel muy elevado, a veces tan fuerte, sobre todo cuando estoy acostado en la cama, que basta un mínimo empleo de la fantasía para procurarme un deleite sensible que constituye un presentimiento bastante claro del placer sexual femenino en el coito”.
Bibliografía
Alvarez, J. M. (2008). La invención de las enfermedades mentales. Gredos.
Baumeyer, F. (1956). El caso Schreber. En Los casos de Sigmund Freud 2: El caso Schreber (pp. [xx-xx]). Nueva Visión.
Lacan, J. (2007). El seminario, libro 3: Las psicosis. Paidós. (Trabajo original publicado en 1955-1956).
Lacan, J. (2009). De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis. En Escritos 2 . Siglo XXI. (Trabajo original publicado en 1958).
Katan, M. (1959). El más allá de Schreber: Su construcción («Aufbau») y su caída. En Los casos de Sigmund Freud 2: El caso Schreber (pp. [xx-xx]). Nueva Visión.
Niederland, W. G. (1959a). Schreber: Padre e hijo. En Los casos de Sigmund Freud 2: El caso Schreber (pp. [xx-xx]). Nueva Visión.
Schreber, D. P. (2012). Sucesos memorables de un enfermo de los nervios. Asociación de Neuropsiquiatría Española. (Trabajo original publicado en 1903).